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En aquella época los guerreros incas tuvieron que enfrentar las mejores tropas del mundo. Los tercios españoles se consideraban en efecto los más valientes soldados de la Europa del siglo XVI: en sus tradiciones sobresalía la victoriosa expulsión de los moros de España; muchos de los que se encontraban en el Perú (durante la Conquista) habían ya vencido Francisco I a Pavía o los aztecas en México. Los hombres que habían sido atraídos por las expediciones de conquista en América, eran los más aventureros, duros, corajudos y despiadados, como por otra parte lo eran todos los miembros de todas las cacerías habidas en busca de oro. Además de la avidez, ellos poseían el fervor religioso y la seguridad en sí mismos de los cruzados, que durante siglos habían luchado contra los infieles y ahora en cierto modo continuaban su avance.
De cualquier manera se juzguen sus conquistas, resulta imposible no admirarles la audacia. De combate en combate, su primera reacción ya casi un reflejo- era la de cargar hacia lo más espeso de los enemigos. Semejante agresividad se atesoraba como táctica psicológica de choque, y sus resultados habían aumentado la fama de invencibles, casi de divinidad, que acompañaba a los invasores.
Durante los combates librados en la Conquista, los españoles gozaron de una notable ventaja (sobre los ejércitos del Inca), gracias a la presencia de los caballos. Los caballos les permitían disponer de una constante movilidad, que siempre tomaba por sorpresa a los indígenas. Incluso en los sitios donde los indios habían ubicado piquetes de guardia, la caballería española conseguía adelantarse a los vigías que corrían a poner sobre aviso a los suyos del inminente peligro.
Durante el combate, el jinete se encontraba en aplastante ventaja respecto del soldado de a pié: podía usar el caballo como arma, que lanzaba contra el enemigo; era muy ágil; evitaba el cansancio; desde su posición elevada golpeaba quedando él casi inaccesible.
Asimismo durante la Conquista aconteció un profundo cambio en la manera de cabalgar. La chuza y el arcabuz hacían muy vulnerable el combatiente con armadura completa, que fue sustituido por el jinete liviano, de manera tal que el caballo tuviese que soportar menor peso y fuese más ligero.
En vez de cabalgar a la brida, con las piernas estiradas para soportar el choque, como era costumbre durante los torneos, los soldados de a caballo adoptaron en esa época un estilo nuevo, llamado a la jineta. El jinete asumía la posición de los moros, con las estriberas cortas y las piernas dobladas hacia atrás, como si estuviese arrodillado sobre el animal... El jinete usaba la montura alta, el poderoso freno de los moros, una sola rienda y, preferentemente, mantenía alta la mano (con las riendas). En efecto los caballos se embridaban a la altura del cuello, por cuya razón doblaban cuando advertían una presión sobre el cuello en vez de un tirón a un costado de la boca. Puesto que el freno poseía una embocadura alta y muchas veces las patas del mismo eran largas, cuando el jinete levantaba la mano, la embocadura subía hacia el paladar del animal... de ese modo el caballo sufría menos que con el sistema moderno.1
Tanto los españoles como los indios conferían una enorme importancia a los caballos, cuya capacidad de abrir brecha durante la conquista puede paragonarse a la de los tanques en la guerra moderna. Para los españoles, la posesión de un caballo elevaba la condición del soldado, que de ese modo adquiría el derecho a la misma porción del tesoro conquistado que correspondía a los caballeros. Durante los meses de espera en Cajamarca2 los españoles llegaron a pagar precios astronómicos por los pocos caballos disponibles. Francisco de Xerez se refiere a dichos precios diciendo que: ... a pesar de lo increíble que parezca, un caballo se pagó 1.500 pesos de oro y otros 3.300 pesos. El precio normal de un caballo era de 2.500 pesos, pero a ese precio casi no se podían encontrar.
Semejante suma equivalía al valor de sesenta espadas en Cajamarca, para el mismo período; y por supuesto, las cifras de inflación que por entonces se pagaban en el Perú, representaban pequeñas fortunas en España. Muchos contratos de compraventa llegados a nuestros días confirman estas cifras.
Para los indios, los poderosos caballos de los enemigos asumían un terrible valor. Los indígenas no temían los españoles de a pié, entorpecidos por la armadura y sin aliento a causa de la altitud; los caballos en cambio los aterrorizaban. Escribe López de Gómara: Ellos procuraban antes matar uno de esos animales que los amenazaban, que a herir diez hombres; y más adelante ubicaron siempre las cabezas (de los caballos matados) donde pudieran verlas los cristianos, adornadas con flores y ramas en señal de victoria.
Datos extractados de la obra de Jhon Hemming The Conquest of the Incas, en su versión italiana La fine degli Incas Rizzoli Editore, Milano 1975, pp. 101/103
1R. B. Cunninghame Graham, The Horses of the Conquest, pp. 10-11
2Cajamarca: primer ciudad del Perú conquistada a los Incas por los españoles, el 15 de noviembre de 1532, donde aprisionaron el Inca Atahualpa y donde, tres meses después, lo ajusticiaron.
Autor: Anotnio Beorchia Nigris
Expedicionario, escritor, integrante de la Sria. de Cultura de la CGA.
Confederación Gaucha Argentina
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