Foto |
 |
|
Cantando me he de morir,
cantando me han de enterrar,
y cantando he de llegar
al pié del Eterno Padre:
dende el vientre de mi madre
vine a este mundo a cantar.
MartÃn Fierro es canto que anda, más que por elección suya por un impulso vital que le viene desde que su corazón palpita, desde antes que su lengua hablara; fuerza que lo entregó al mundo para ser palabra, y que lo elevará en el viento hasta el trono de Dios, donde brilla la luz de la eterna poesÃa.
MartÃn Fierro no templa la guitarra “por sólo el gusto de hablar”, sino para cumplir un destino, para cantar “males que conocen todos pero que nadie cantó”, y “no para mal de ninguno sino para bien de todos”.
Misión tan grande no se le confÃa sino a un elegido, a un predestinado que cantará no por ocurrencia sino por deber sagrado. Este es el signo de la predestinación: hacer lo que hay que hacer no por gusto y por antojo sino por deber y vocación, no por mero oficio sino por misión, hasta el supremo sacrificio de si mismos si fuere menester. Y esto es también lo que hace grandes a los hombres y a los pueblos.
Nadie está en el mundo porque sÃ, pero pocos son los que saben para qué están en el mundo. Estos son los que alcanzan la grandeza cuando además de saber para qué viven, viven para hacerlo.
Volver
|