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Me siento en el plan de un bajo
a cantar un argumento;
como si soplara el viento
hago tiritar los pastos.
Con oros , copas y bastos,
juega allà mi pensamiento.
¡Con oros, copas y bastos! Bella manera de expresar el completo despliegue de la inteligencia y el pleno dominio del arte de cantar, no sin una pizca de vanidad y de inmodestia.
Pero esta vanidad es, en el fondo, la espontánea expresión de un espÃritu sincero, hermana de la honestidad con que Fierro mostrará también sus defectos, sin disfraces ni tapujos, cuando la ocasión lo pida. Esta fundamental sinceridad es lo que en definitiva importa: los hombres no son buenos porque callen sus virtudes, sino porque las tienen; ni son malos porque tengan defectos, sino cuando no los reconocen.
Y asà es Fierro: hombre entero y derecho de punta a punta, que acepta sus deficiencias y no oculta sus méritos.
Por cierto no es éste el ideal. El perfecto modelo de hombre, en esta perspectiva, es el que no tiene defectos que ocultar y calla las virtudes que posee. Pero Fierro no es un ser ideal bajado de las nubes, sino un hombre real, de carne y hueso, amasado con tierra de pampa y azotado por todos los soles, lluvias y vientos. Pero no hay en Fierro maldad tortuosa ni enroscada: si alguna vez es malo será malo como el león, jamás como la serpiente.
¡Feliz el hombre que asà puede andar a rostro descubierto por la calle sin temer mostrar lunares, porque le sobra pecho!
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