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Yo no soy cantor letrao,
mas si me pongo a cantar
no tengo cuando acabar
y me envejezco cantando:
las coplas me van brotando
como agua de manantial.
Hay en la vida dos maneras de aprender: una es leer, la otra es vivir. MartÃn Fierro confiesa que él no canta cosas que ha leÃdo y que sus coplas no le vienen de otros sino que de adentro se le salen vivas como agua de vertiente. Y lo dice sin reservas y sin eso que ahora llaman complejos.
Es que Fierro sabe demasiado bien que los libros nada dicen a los que no tienen nada que decir, y que lo que importa y lo que vale es la propia voz y la palabra propia. Por la voz propia cada uno es quien es y propia palabra debe ser la entrega que cada hombre hace a los hombres. Los que de otras voces son eco y de otras palabras copia no son nadie, sino solamente copia y eco; nada tienen para saber qué son y nada tienen para dar al mundo.
En cambio, los que de las alforjas de sus propias vidas sacan cosas para dar y en lo profundo de una conciencia sana las lavan y las limpian, esos son los que pasan por el mundo como sembradores de semilla buena, que extraen de su Ãntima riqueza como de un tesoro acumulado a través de penas y de llantos, de esperanzas, temores y alegrÃas.
La palabra de cada hombre es el signo de lo que cada uno es. El que vive tan sólo de palabras leÃdas y no tiene voz propia es hombre postizo y calcado, que vive de lo que le prestan o de lo que roba. Solamente es él mismo aquel que, con oÃdo atento a todas las voces, vive del pan amasado con su propia harina. Su voz y su palabra no son aguas muertas sino aguas vivas, que brotan de su boca y de su alma cual ofrenda de vida para el mundo.
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