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No me hago al lao de la güeya
aunque vengan degollando;
yo soy blando con los blandos
y soy duro con los duros,
y ninguno en un apuro
me ha visto andar titubeando.
CorrÃan, en efecto, de boca en boca por esas pampas los relatos legendarios de la bravura y el coraje de MartÃn Fierro. Rodaban por los caminos, en el trajinar de las arriadas y entre trago y trago en las pulperÃas, la fama de sus hazañas de hombre duro con los duros, sus peleas y sus muertes: el hijo de aquel cacique que degolló en un malón; el terne que se hizo el guapo en aquella pulperÃa; el indio que mató para salvar a una cautiva y, sobre todo, la general achurada de la noche aquella en que de puro varón le gritó su desafÃo a la partida que muy callada venÃa a llevárselo preso. Y hasta la muerte de aquel negro malhadado que, estando en copas, acuchilló en un baile... No; ciertamente MartÃn Fierro no es de los que piensan mucho y nunca se deciden. No son para él las vueltas ni los rodeos. A las cosas, a los hombres y a la vida los mira de frente, y su truco y su retruco los canta sin titubeos.
Pero ocasiones hay en la vida en que no es fácil decidir, y al hombre no le queda mas camino que esperar la salida de su estrella en la oscuridad profunda de la noche. Es cosa entonces de apearse y aguardar, con paciencia de santo y guapeza de auténtico varón, hasta que brille una estrella o empiece a despuntar el dÃa.
Porque ha querido Dios que el hombre tanto mas muestre su hombrÃa cuanto mas oscura es su noche.
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