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Nacà como nace el peje
en el fondo de la mar,
naides me puede quitar
aquello que Dios me dio:
lo que al mundo truje yo
del mundo lo he de llevar.
Estos seis versos son uno de los misterios del MartÃn Fierro que, como una rara perla, quedó encerrado en esta estrofa, y tal vez nunca nadie llegue a develarlo.
Mas que de respuestas estos seis versos están llenos de preguntas; ¿por qué compara Fierro su nacimiento con el de un pez en el fondo del mar? ¿será porque él también ha nacido ignorado del mundo en un rincón perdido de su pampa? ¿qué es eso tan singular que le ha dado Dios? ¿por qué nadie puede quitárselo? ¿y qué es eso que con él ha venido al mundo y que con él se irá?
Muchas son las preguntas, y las respuestas pueden ser solamente suposiciones. MartÃn Fierro comienza admitiendo la humildad de su condición social. Cuando él nació no hubo fiesta ni campanas. Nació como nace el pobre, sin que nadie lo sepa, fuera de unos pocos pobres como el mismo que nace y la mare que lo da a luz en la pobreza de un rancho. El mundo pasa de largo junto a la cuna de cajón, porque no sabe que el niño que duerme en ella sobre bolsas de arpillera ha traÃdo consigo un inmenso misterio: el misterio de un Dios que mira a los hombres desde la luz sin sombras de esos pequeños ojos que todavÃa no ven.
Y Fierro sabe que esa imagen divina está más adentro de él que él mismo y más adentro de su alma que su misma alma, y que por eso no hay fuerza en el mundo que se la pueda arrancar. Ese es su tesoro, esa es su gloria, el misterio del Dios cuya imagen lleva impresa en cada gramo de su ser. Y MartÃn Fierro sabe que la grandeza no viene del lugar donde se nace ni de la sangre que corre en la venas, sino de ese trozo de Dios que cada hombre trae al mundo y que cada hombre del mundo se lleva, sin que nada lo pueda evitar, sin que nadie lo pueda impedir.
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