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Mi gloria es vivir tan libre
como el pájaro del cielo;
no hago nido en este suelo
ande hay tanto que sufrir,
y naides me ha de seguir
cuando yo remonte el vuelo.
¡Extraña y enorme lección de un hombre alimentado por la tierra! Aquà o allá, donde el sol nace o donde muere, en cualquier lado MartÃn Fierro hará su casa, porque a pesar de que no es ajeno al amor del hogar, en el fondo un instinto profundo y una larga experiencia le han enseñado que este mundo no es todo, que no acaban aquà las cosas y que el tiempo no es mas que la puerta donde empieza la vida.
MartÃn Fierro sabe que la tierra es su madre, pero no su destino. Es que hay también mucho cielo en su alma, y él ha sabido escuchar el mensaje lejano y a la vez muy Ãntimo de lo infinito y de lo eterno. Su cuerpo fatigado se ha acogido en la noche al regazo maternal de la tierra para descansar, pero sus ojos han mirado largamente las estrellas, y han descubierto, tras de ellas, los horizontes que no conocen lÃmites ni en los espacios ni en el tiempo. Y sabe que es allá donde esta su última querencia.
Por eso es libre, libre no con la libertad del que no tiene patrón, sino libre con la libertad del que no tiene ataduras en sà mismo. Ha comprendido la gran lección del sufrimiento que marca la vida desde el vagido primero hasta el último estertor: un paÃs como este mundo donde el dolor está en el aire mismo que respiramos, en las sombras que nos envuelven y hasta en la luz que nos alumbra no puede ser la patria definitiva a la que aspira el corazón del hombre. Otra patria mejor tiene que haber, y Fierro sabe que un dÃa también él remontará el vuelo, libre de lágrimas y penas, para anidar por siempre en la alegrÃa.
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