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Hace doscientos años un grupo de inspirados patriotas, desde Buenos Aires -un 25 de Mayo de 1810- proclamaron la liberación de los lazos que nos unían al imperio español
En el resto de las provincias no se sabía bien qué había pasado, pues las comunicaciones eran deficientes, por no decir casi inexistentes. "Tierra adentro" se enteraban cuando los hechos ya se habían consumado.
Una vez que en el interior del País tomaron conocimiento y entendieron lo que significaba, todas las provincias, sin vacilar, abrazaron la causa de la liberación.
Ahora sus habitantes tendrían derechos civiles y comerciales; serían tratados con respeto; los pueblos podrían elegir libremente a sus representantes; las mujeres hasta podrían estudiar, etc.
Transcurrieron los años; el País se organizó políticamente; crecimos hasta llegar a ser una de las potencias principales -dentro de las cinco primeras- después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la feracidad de nuestras tierras labradas por nuestros hombres de campo.
Turbulencias políticas sobrevivientes nos han tenido sumidos en un mar borrascoso que nos ha impedido seguir creciendo como nación.
Es como si lazos invisibles nos tuvieren anclados a un pasado de sometimientos. No alcanzamos aún la verdadera independencia económica, industrial e incluso intelectual que nos permita ser auténticamente soberanos.
Porque una gran masa que compone nuestra sociedad, vive mirando con admiración al dominante de turno, hacia EEUU, EUROPA, CHINA, etc. en el convencimiento que allí está la felicidad, el mundo que nos merecemos y deseamos. Muchos emigraron buscando esos paraísos, para hacer allí lo que no hicieron en su tierra natal: trabajar como nuestros abuelos para hacer una Patria grande.
Pero en los dos últimos años vimos tambalear el imperio del Norte y ahora, recientemente, a la vieja Europa. ¡No eran los modelos ideales para imitar! Esto, nos demoró. No supimos ser nosotros, perdimos nuestra identidad.
Se olvidaron que fue el gaucho quien permitió sembrar la libertad entre los pueblos hermanos de Chile y Perú, ponderando la valentía, lealtad y vocación de servicio de esos hombres barbados cual árabes, que cuando abrazaban una causa noble, como la de la libertad, la defendían hasta la muerte.
Esos gauchos guerreros, se transformaron después en gauchos labriegos, los mismos que hicieron esta Argentina fértil y generosa.
Desde el movimiento gaucho organizado, a través de la Confederación Gaucha Argentina, luchamos contra el descreimiento, porque se sostenía que el gaucho, nuestro arquetipo, había desaparecido con la llegada del progreso.
Ricardo Güiraldes en su libro "Don Segundo Sombra", nos hace ver como se pierde en las inmensidades "el último gaucho, Don Segundo...". También nuestro poeta huaqueño, Don Buenaventura Luna, tal vez influenciado por este pesimismo, en su vals "Los últimos Gauchos",
escribe:
"Se van silenciosos, ni una triste queja,
ni un triste campero quisieron cantar;
los últimos gauchos, los leones vencidos
se van galopando, para donde irán".
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"Se van los gauchos de la Patria mía,
se llevan con ellos nuestra tradición,
como una bandera sus negras melenas
se agitan al viento en el último adiós".
De esos gauchos descendemos, ¡nunca se fueron, están entre nosotros! Nuestros antepasados fueron los que forjaron el presente que disfrutamos; ellos hicieron posible que se plasmaran en realidad los sueños libertarios, y aún ahora, con la globalización que intenta oprimirnos, ese espíritu libertario mantiene incólume el alma libre de nuestro arquetipo: el Gaucho.
Para esos varones desconocidos que nos representan ante el mundo como sinónimos de argentinidad, vaya en el Bicentenario nuestro eterno agradecimiento y que desde el fondo de la historia, nos siga llegando su llama inspiradora para que nos alumbre el camino por venir.
Dr. Adolfo Caballero
Presidente de la C.G.A.
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