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Viene el hombre ciego al mundo,
cuartiándolo la esperanza,
y a poco andar ya lo alcanzan
las desgracias a empujones.
¡La pucha, que trai liciones
el tiempo con sus mudanzas.
Ciego viene le hombre al mundo no porque no vean sus ojos sino porque la que no ve es el alma. El pequeño que duerme en cuna de costosas sedas o de lienzo barato nada sabe todavÃa de las penas y desgracias que muy pronto habrán de alcanzarlo a empujones. Todo en él es esperanza, y a lo largo de la vida la esperanza será la cuarta que lo sacará de los mayores aprietos y de todos los pantanos, alumbrándole siempre, aun en la peor desdicha, la lÃnea de un horizonte mejor, sin sufrimientos, sin amenazas.
Fierro mismo andará por todos los caminos de su vida desgraciada sin perder nunca la esperanza de dÃas mejores; por eso del fortÃn volverá a su rancho, de los toldos volverá a su tierra, y en su peregrinar de matrero por las pampas se asomará de vez en vez al mostrador amigo de la pulperÃa o a la reunión sonora de algún baile.
Pero si la gran esperanza de la vida nunca se pierde ni se herrumbra, todos los dÃas mueren en cada uno de nosotros ilusiones huecas y efÃmeras. Cuando la noche llega, mas de un anhelo ha quedado en el camino, porque cosas que aguardábamos no llegan, o cosas que tenÃamos se van.
AsÃ, el tiempo es gran maestro de los hombres, escuela sin tiza ni pizarras que nos enseña las mejores lecciones. Y asà se va la vida por la huella de los dÃas y las noches, aprendiendo a buscar la estrella grande a medida que se van apagando las pequeñas...
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