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Y sentao junto al jogón
a esperar que venga el dÃa,
al cimarrón le prendÃa
hasta ponerse rechoncho,
mientras su china dormÃa
tapadita con su poncho.
Tal vez porque allá, en el fondo legendario de los tiempos, la mujer nació de una costilla del hombre, es que ella tiene desde siempre en el hombre su protección y su amparo natural. Por eso, mientras el hombre en la hora de su debilidad busca cobijo en la suavidad del seno de la mujer, la mujer, en las horas de las grandes angustias, busca la fortaleza del pecho del hombre. Es el alma de la antigua costilla que vuelve...
A veces puede ser conveniente y hasta necesario que la mujer asuma la tarea de protección y de amparo, cuando las circunstancias – especialmente la enfermedad – impiden al varón cumplir su natural función de abrigo de la mujer y sostén de la familia. Pero al asumir el papel del varón en la familia, la mujer procure hacerlo ganando el sustento del hogar con labores femeninas, en lo posible sin dejar la casa, y permaneciendo tanto cuanto pueda junto a su esposo y al lado de sus hijos.
Porque es el hombre quien, por bÃblico mandato, debe traer el pan a la mesa familiar, y es el hombre quien, desde el alba del mundo, tiene en su pecho un antiguo lugar para la suave protección de la mujer.
MartÃn Fierro se levanta antes del alba. Costumbre sana, no solo para la salud del cuerpo sino también del alma. Sobre todo cuando en el tiempo que separa el morir de las últimas sombras y el nacer de las primeras luces el corazón se prepara con la meditación para vivir un nuevo dÃa, y el cuerpo se apresta con un frugal desayuno para las faenas de la nueva jornada. MarÃn Fierro se sienta junto al fuego que nunca se apaga – porque es sÃmbolo de vida – a esperar rumiando pensamientos la aparición del sol, que vendrá con su diario mandato de trabajo. Y toma mate amargo por viril austeridad, y porque los pobres no tienen para azúcar. Pero el cimarrón le alcanza y sobra, porque su espÃritu está lleno de otras cosas. Ni se zambulle en el vértigo del dÃa como ciego; antes bien prepara su corazón y su pensamiento para la jornada nueva, abriendo los ojos de su alma al infinito del campo y del cielo. El nuevo sol traerá exigencias de sudores y también promesas y esperanzas. Y MartÃn Fierro aguaita el horizonte donde surgirá el cálido amigo de todas las mañanas, mientras su mujer duerme, al abrigo de la viril tibieza de su poncho...
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