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Argentina, 04 de Octubre del 2010  

"Florencio Molina Campos, ruta de un artista que supo ver por el ojo gaucho" 
Por Zulema Fonseca.
Tiempo de lectura: 10´ | 4732 lecturas.
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Florencio de los Ángeles Molina Campos nació en Buenos Aires el 21 de agosto de 1891. Hijo de don Florencio Molina Salas y de doña Josefina del Corazón de Jesús Campos y Campos, ambos pertenecientes a familias tradicionales cuyos orígenes se remontan a la época de la Colonia.

De niño asistió a los colegios de Lasalle, El Salvador y Nacional Buenos Aires, mientras que en las vacaciones visitaba la estancia paterna de “Los Ángeles”, en el pago del Tuyú, (hoy Gral. Madariaga).

Allí aprendió a querer y a conocer profundamente a los hombres de campo y a enamorarse de los paisajes pampeanos que infinitas veces llevaría a sus cuadros. Puede decirse que en Los Angeles del Tuyú nació su vocación.

Alrededor de 1905, la familia se traslada a “La Matilde”, en Chajarí, Entre Ríos, frente al río Uruguay. Tienen casa en Concordia, pero el placer de los varones es permanecer en el campo, con la gente de trabajo, visitando puestos, ayudando, para aprender el ancestral arte de los hombres del campo. Allí se prolongan los días felices de la niñez. Más de una travesura recordará don Florencio de esos años

Pero ese mundo se quiebra abruptamente el 26 de marzo de 1907, en Concordia, donde muere repentina e inesperadamente don Florencio Molina Salas, su padre. De allí en adelante todo será diferente. Comenzará a sentir nostalgia por el mundo perdido y a volcar en cartones las escenas camperas que lo harán famoso.

El 31 de julio de 1920, a los veintinueve años, contrajo matrimonio en la Iglesia del Salvador con María Hortensia Palacios Avellaneda, hija de don Rodolfo Palacios y de doña María Avellaneda -integrantes de encumbradas familias tradicionales del país.

El 11 de junio de 1921 nació la que sería su única hija, Hortensia, a la que llaman "Pelusa". Mas tarde, la pareja se separa.

En 1926, Florencio Molina Campos -a instancias de sus amigos y aprovechando que sus antepasados eran socios- presentó su primera exposición en el Galpón de Palermo de la Sociedad Rural Argentina. Su muestra fue visitada por el Presidente de la Nación, Marcelo T. De Alvear, quien se convirtió en ferviente admirador de su obra y lo premió otorgándole una cátedra en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda.

Durante una exposición que llevó a cabo en Mar del Plata en el año 1927, Florencio conoció a una joven mendocina, María Elvira Ponce Aguirre, a la que no volvió a ver por un largo período. Años después formaron pareja y se casaron por civil en Buenos Aires el 9 de marzo de 1956, convivieron hasta la muerte de Florencio en el año 1959.

En 1931 el pintor realizó su primer viaje a Europa y expuso en París. Más adelante viajaría infinidad de veces, invitado por diferentes gobiernos como representante cultural argentino. Fue profesor de las nuevas generaciones, tanto en el Colegio Nacional Nicolás Avellaneda como en Bellas Artes.

En esa época inició el contrato para ilustrar los almanaques de la firma Alpargatas, que se editaron desde el año 1931 a 1936, 1940 a 1945, 1961 y 1962. Constituyeron, quizá, su obra más difundida, y sobre ellos dijo Ruy de Solana: “los almanaques constituían un sinónimo elemental de lo barato y despreciable. Pero desde que este artista empezó a difundir sus trabajos por ese medio humilde y anual, los almanaques se convirtieron en la pinacoteca de los pobres”.

A partir de 1942, Molina Campos estrechó su relación con Walt Disney y fue contratado para asesorar al equipo de dibujantes para tres películas que los Estudios Disney estaban por realizar, ambientadas en la Argentina y basadas en obras del artista argentino y en los paisajes que habían visto en sus viajes a nuestro país.

Molina Campos había sido convocado cuando ya estaba bastante avanzada la primera de las tres películas que planeaban realizar. El pintor argentino no compartía las extravagancias que el estudio cinematográfico quería hacer protagonizar a los paisanos y, tras varios intentos fallidos por lograr una representación más fiel del gaucho argentino, renunció. Ya sin Molina Campos, Disney decidió convertir las tres películas en una sola, que se conoció como “El burrito volador”. También colaboró en “Saludos Amigos”, una película que narra el viaje de Disney por Sudamérica.

Como muda huella de su paso por los estudios de la Disney, quedaron las fotografías que se exhiben en el Museo Florencio Molina Campos entre las que aparecen Walt y sus dibujantes en el rancho y los estribos que compraron en un viaje relámpago que hicieron a la Argentina, exclusivamente para contratarlo.

En ese mismo año (1942) ilustra el “Fausto” de Estanislao del Campo, editado por la editorial Kraft, y en 1946, “Vida Gaucha”, libro de texto para estudiantes de español en Estados Unidos. Dejó completos los dibujos para una edición de la “Tierra Purpúrea” de G. H. Hudson, y bosquejó ilustraciones para el “Martín Fierro” y “Don Segundo Sombra”.

En 1944, el pintor formalizó un contrato que se extendería por 10 años en forma consecutiva con la firma norteamericana Mineapolis-Moline, para la que ilustró entre 1944 y 1958 una serie de almanaques similares a los de Alpargatas, pero que incluyeron - por sugerencia suya- maquinaria agrícola de esa empresa. Además efectuaron afiches, estampillas y naipes y se reprodujeron los cuadros en diarios y revistas. En 1951, editaron también 12 láminas de los originales de ese año.

En 1950 conquistó el Premio CLARIN, Medalla de Oro del V Salón de Dibujantes Argentinos y en 1956 actuó en el cortometraje “Pampa Mansa”, que fue presentado en el Festival de Berlín, donde estuvo presente.

Una treintena de exitosas exposiciones hicieron conocer sus originales en el país y en los Estados Unidos, Francia y Alemania. Sus cuadros se encuentran en numerosos museos y colecciones privadas del mundo y realizó paneles para la South American House de Londres, ciudad en la que contaba con destacados admiradores.

El crítico de arte Rafael Squirru escribió en la Carpeta N° 1 de Florencio Molina Campos, Buenos Aires, 1972: “Como pocas, la obra de Molina Campos plantea la espinosa problemática del creador en nuestro medio, desde su significado social hasta las peculiaridades de su estilo. El género caricaturesco al que pertenece el grueso de su producción, oscurece hasta cierto punto la trascendencia estética que, sin duda, tuvo desde sus comienzos. Aunque se conservan pocos dibujos de Molina, es evidente que, en ese aspecto que Ingres llamó la probidad del arte, es donde descuella la seguridad de un trazo fino y agudo puesto al servicio de su propia imaginería.”

Luego del Festival de Berlín y ya de regreso al país, llevó a cabo en la galería Argentina, la que sería su última exposición. Estuvo integrada por 80 obras y el éxito fue total: se vendieron 70 cuadros. Tras el evento, se internó para hacerse una pequeña operación y el 16 de noviembre de 1959 falleció por una complicación cardíaca.

Sus restos permanecieron en la bóveda familiar de la Recoleta hasta que, en la década del 70, fueron trasladados al Cementerio de Moreno, en donde permanecen.

Fue la imagen de Florencio la del típico argentino, simpático, entrador, audaz, excelente bailarín, con un envidiable carisma del que se valía para amenizar las reuniones a las que concurría. Poseía un fuerte carácter, que rasaba en ocasiones el mal humor. Era amante de la música clásica, que escuchaba durante las noches mientras pintaba.

No tuvo una visión comercial de lo que hacía. Pintaba porque le gustaba pintar. Cuando por la guerra no entraba al país papel canson que utilizaba, pintó sobre cajas de ravioles, cuyo material reunía buenas cualidades como soporte de su arte. Jamás proyectó su obra a futuro. Vendía sus pinturas, sí, pero a precios sumamente módicos para la época, que sólo le permitieron vivir decorosamente. Pintó infinidad de cuadros, probando con diversas técnicas.

A juicio del académico de Bellas Artes y conocido crítico Córdova Iturburu, “Cuando Florencio Molina Campos expuso por primera vez en la Sociedad Rural Argentina, sus caricaturas gauchescas realizadas al pastel y sus estampas, suscitaron un singular interés entre el público habitual de los certámenes rurales. Aquello era algo nuevo, inusitado. Lo inesperado era que el artista veía al gaucho como el gaucho se veía a sí mismo. No era el gaucho del poeta o del historiador o del narrador fantasioso. El secreto del inusitado éxito de Molina Campos en los medios rurales del Río de la Plata reside en su identificación absoluta con el hombre de esos medios. Los mira con los ojos con que se miran ellos y los considera con su mismo espíritu entre burlón y afectuoso. Su risa es bondadosa. Es risa de comprensión y cariño”. Añade Córdova Iturburu: “su obra, seguramente, perdurará. Es la obra de un artista que vivió con hondura y humildad ciertos aspectos humanos de un modesto sector de su propio pueblo y lo traspuso en su labor, con el generoso espíritu, risueño y bondadoso, de un entrañable cariño”.

Sus paisanos, según el pintor Pío Collivadino, pintor argentino de gran influencia, están “deformados armoniosamente”.

Cesáreo Bernaldo de Quirós, una de las figuras más visibles de la pintura argentina en el siglo XX, decía de él: “Molina Campos es el creador personalísimo de ese personaje que, derivando del gaucho legendario, a quien tanta gloria le cupo como soldado de Libertad y como montonero en las guerras intestinas, gesta sus últimas bizarrías dentro de su natural coraje. ...Su lápiz y su pincel fueron requiriendo trazos que la imaginación opulenta, bizarra, del artista, marcaba en el papel. Solo, sin academias ni maestros, traduciendo esa verdad que llevan los predestinados, fue contando Molina Campos todo lo que sabía y había percibido en el campo abierto, en el 'rodeo', en las 'fiestas', en la 'pulpería', y en ese enorme conocimiento de 'pilchas' y sus nombres, y pelos y marcas de 'montados'... Así fue plasmándose ese personaje suyo, el gaucho: el Gaucho de Molina Campos.”

Fue miembro de numerosas instituciones culturales, artísticas, profesionales y folklóricas y sostenedor ferviente de la tradición de la patria que tanto amó.

Cuando Florencio Molina Campos murió, un amigo (Edward Larocque Tinker) dijo: “el mundo perdió un genio que había dedicado su vida a llevar alegría a un mundo en tensión, por eso, qué mejor epitafio pudo haber tenido que este: Hizo sonreír mucho a millones”.

Molina Campos fue autodidacta. Jamás recibió enseñanza alguna, ni perteneció a grupos artísticos que pudieran influirlo. Siempre se consideró un “dibujante costumbrista” y nunca se tituló ni artista ni pintor. Tenía una admiración profunda por los grandes maestros de la pintura, que lo apabullaban con sus obras, sobre todo luego de visitar los grandes museos de Europa.

“Debo agradecer a la Providencia –decía en una oportunidad- el que me haya permitido la osadía de insistir en esto que no tiene la pretensión de ser pintura; pintura en el sentido académico, esto es, en lo que atañe al seguir y ajustarse a la técnica del Arte. Sólo sé que honradamente y porqué no decir irreverentemente, he tratado de representar eso que ha sido la vida campesina de nuestra llanura porteña o bonaerense como se llama hoy.”

En cuanto a los materiales que usó, comenzó antes del año 1925 con acuarela sobre papel Canson y luego siguió con pastel. La témpera fue su fuerte. Terminaba los perfiles con trazos de tinta, a la que recurría cuando era imposible afinar en demasía el pincel. También utilizó el óleo. Sus bases fueron dispares; usó, en general, papeles y cartones granulados o lisos, telas sobre cartón, maderas, aglomerados y hasta tapas de cajas de ravioles.

“Mi técnica –dijo- consiste en eliminar, sin vacilaciones, detalles que, por no añadir nada interesante, sólo sirven para recargar el cuadro y obscurecer su verdadero sentido. Acentúo lo característico, lo auténtico del gaucho y de ‘su ambiente’, haciéndolo resaltar casi hasta la estilización. El gaucho, al verse representado así, se reconoce; siente que aquello es verdadero y lo admite sin recelos, porque nunca lo muestro en situaciones arbitrarias.”

En el año 1974, para conmemorar sus noventa años de vida, Alpargatas realizó una última edición. La firma entregó a sus clientes una carpeta con el título Una mirada argentina, emotiva y risueña, que contenía seis reproducciones de cuadros de su propiedad, y llevaba un comentario de Córdova Iturburu en la contratapa.


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