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Este se ata las espuelas,
se sale el otro cantando,
uno busca un pellón blando,
este un lazo, otro un rebenque,
y los pingos relinchando
los llaman dende el palenque.
¡Qué cuadro tan distinto, este que Fierro pinta, del que cada dÃa podemos observar – o vivir – en la entrada de los obreros a una fábrica o de los empleados a una oficina!
Al obrero de hoy, lo mismo que al empleado, rara vez o nunca se lo ve llegar a su trabajo como estos gauchos que empiezan su tarea cantando. Y por cierto nunca nadie oirá a las máquinas llamar al obrero o al empleado con el relincho alegre de los pingos que llamaban a los gauchos al trabajo. Tal vez las máquinas, que no pierden tiempo en amistosos relinchos, produzcan mas que un animal, y quizás un operario que ni siquiera silba haga más tarea que uno que canta. Pero el trabajo que se hace sin más música que la de las máquinas o los papeles acaba deshaciendo al hombre que trabaja con esa sola música.
¿Y qué valor tiene un trabajo que al mismo tiempo que abarrota al mundo con productos del hombre destruye al hombre que fabrica esos productos? – Muchos de los que hoy habitan confortables departamentos o casas lujosas en las ciudades son descendientes de rudos habitantes de la pampa brava; no viven en ranchos de barro y paja como sus lejanos padres, pero sus vidas suelen estar vacÃas de ese canto de alegrÃa y de ese aliento poético con que los hombres del antiguo campo salÃan cada dÃa a su trabajo.
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