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Y en las playas corcoviando
pedazos se hacÃa el sotreta
mientras él por las paletas
le jugaba las lloronas
y al ruido de las caronas
salÃa haciéndose gambetas.
No todo han de ser primores en la figura moral del gaucho. Estos versos hablan de su fuerza, de su destreza, de su tenacidad en la brava tarea de domar; pero también muestran la dureza de sus sentimientos y su falta de sensibilidad para con el animal, al que, entre socarrón y despectivo, llama “sotreta”, es decir, caballo viejo e inútil, mientras sin pudor alguno cuenta cómo lo domaba hincándole las espuelas en los ijares, a veces hasta la sangre, a despecho de la desesperada protesta de la bestia.
Es curioso que el gaucho, tan celoso y altivo defensor de su libertad, tuviera tan poca consideración por la del potro; pero no es extraño que para someterlo a sus necesidades usara de la fuerza bárbara. El recurso a la fuerza es propio de las voluntades despóticas, que acuden a la violencia porque carecen de persuasión, y el gaucho ¿de dónde iba a aprender la persuasión si a él los que lo mandaban jamás intentaron persuadirlo y siempre lo forzaron a acatar lo que ellos disponÃan sin consultarlo?
Pero no echemos todas las culpas a quienes no las tienen todas. Si el gaucho es bárbaro con el potro, no es solamente porque hace con los animales lo que otros hacen con él. Hombres – y mujeres – hay en la historia del mundo que han sabido vivir en mansedumbre bajo los más arbitrarios despotismos...
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