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Ricuerdo...¡que maravilla!
como andaba la gauchada
siempre alegre y bien montada
y dispuesta pal trabajo;
pero hoy en dÃa...¡barajo!
no se la ve de aporriada.
La alegrÃa y la felicidad de todo hombre es ser lo que quiere ser y tener lo que quiere tener. Pero no es tan fácil hacerlo como decirlo. Muy pocas veces conseguimos lo que queremos tener y muy pocas llegamos a lo que queremos ser. Algunos, porque no pueden, y muchos porque no saben qué es lo que de veras quieren. Y por eso andamos por el mundo con tanta tristeza y angustia, con tanta intranquilidad y desilusión.
Son muy pocos los que saben ser felices, porque son pocos los que saben con qué poco alcanza y sobra para ser feliz. MartÃn Fierro es uno de esos pocos, por eso en otros versos ha cantado que para su alegrÃa no necesita mas que un rancho acogedor, una parcela de tierra, una buena mujer y unos hijos fuertes para el trabajo y cariñosos para el afecto.
Esa es la alegrÃa sencilla y constante de todos los dÃas.
Pero el gaucho también tiene sus pequeños lujos, su caballo: “un pingo para fiarle un pucho”. Y en este lujo del gaucho hay una lección muy honda. El lujo del gaucho no consiste en tener lo que no necesita. Estos son lujos que se dan los ricos, muchas veces a costa de los pobres que no tienen ni lo indispensable. El lujo de MartÃn Fierro es lujo de pobre: el colmo de su alegrÃa gaucha es tan solo un buen caballo, que, al fin y al cabo, no es mas que su primera herramienta de trabajo y su amigo de todos los dÃas.
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