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Eran los dÃas del apuro
y alboroto pal hembraje,
pa preparar los potajes
y osequiar bien a la gente,
y ansÃ, pues, muy grandemente
pasaba siempre el gauchaje.
A medida que la mujer conquista el mundo, la casa la va perdiendo. Y aquel arte personal de preparar sabrosos potajes va dando paso a la rutina de abrir latas y paquetes. Tal vez por eso se escucha cada vez menos aquella expresión tan gráfica que se usaba para ponderar un plato subidamente apetitoso, aquella de “esta para chuparse los dedos”. O aquella otra de “esta para raspar la olla”. Hoy habrÃa que decir: “esta para raspar la lata”. Algunas veces los niños lo dicen, o lo hacen. Porque ellos están creciendo con otro paladar.
Vaya uno a saber, después de todo, si los paquetes y las latas no son el precio necesario para que la mujer se libere, se realice y conquiste el mundo – si de veras lo conquista. Lo que seguramente preguntarÃa MartÃn Fierro, pidiendo disculpas por su ignorancia, es si gracias a las latas y paquetes la mujer liberada de mañana será más verdaderamente mujer que la de ayer. Si le dijeran que la pregunta es ociosa, posiblemente no discutirÃa, pero, gaucho manso como es, se alejarÃa despacito y dejarÃa al progreso pasar al galope por la puerta de su rancho, mientras, para sus adentros, sentado de mañanita junto al fuego y prendido al cimarrón, mirando el sol asomarse en el oriente, pensarÃa: “Yo soy un gaucho redondo, y estas cosas no me enllenan...”
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