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Mes de Noviembre de 1752
En la segunda ocasión en que lo pasé, (al rÃo Paraná), pudieron vadearlo muy bien los caballos; y otra vez que se me ofreció (cruzarlo), y fue la tercera, lo pasé en una canoa, que es un palo solo, cóncavo, en cuyo hueco se embarcan tres o cuatro hombres, y en otras canoas también veinte; y aunque es lo regular usar de remos para que naveguen, mas en la ocasión de que ahora hablo, la tiró un caballo que pasó el rÃo a nado, llevando la canoa amarrada a su misma cola. Esta es la embarcación más segura, porque nunca se va al fondo.
Continuando ahora nuestro derrotero, digo, como el dÃa 5 de noviembre (de 1752)llegamos al rincón de San Pedro. Allà actualmente se está fundando un convento de Recolección, distante del dicho Arrecifes cuatro leguas y situado sobre la misma barranca del rÃo de la Plata, que por este paraje se llama Paraná, cuyo nombre conserva hasta su oriente, que lo tiene en el Brasil de los portugueses, distante de Buenos Aires más de seiscientas leguas.
Estaba este convento del rincón de San Pedro, muy a los principios; vivÃan los religiosos en unos ranchitos de paja, con grave incomodidad; aunque ya hay siendo Dios servido, se va edificando, y hay bien fundada esperanza que será uno de los mejores conventos que tendrá esta provincia. Está, como se ha dicho, sobre el rÃo, en un vastÃsimo despoblado; mantiénense los religiosos de la limosna que se recoge en las estancias de aquella comarca, que son muchas, y del pescado, de que el rÃo es abundantÃsimo.
Por no ocasionar pues mayor incomodidad, dejé orden para que, en pasando noticia de que el barco llegaba, me avisasen, y pasamos mi compañero y yo a hacer tiempo en la estancia de don Antonio RodrÃguez, distante del convento cuatro leguas, donde habÃa capilla para decir misa y todas providencias para vivir con conveniencia, y sobre todo concurrÃa el gran afecto que siempre habÃa merecido a los señores de la estancia, y en esta ocasión lo experimenté largamente.
Detúveme en ella veinte dÃas, y no faltaba aquella diversión que puede ofrecer el campo. Una de las mayores fue ver un dÃa en una ensenada que hace el rÃo, encerradas dieciocho mil yeguas, y más de la mitad de ellas con sus crÃas.
HabÃan recogido este ganado de todas las tierras de la estancia, que son siete leguas, a fin de matar algunos caballos enteros (que por acá llaman baguales), para que las yeguas con esta diligencia procreasen mulas, quedando con los borricos. En efecto, mataron en dos dÃas más de doscientos hermosÃsimos caballos y vendieron cinco mil yeguas a dos reales y medio cada una. Tienen poca estimación por la multitud que hay.
Vi también en diversos dÃas matar dos mil toros y novillos, para quitarles el cuero, sebo y grasa, quedando la carne por los campos.
*Pedro José de Parras: fraile franciscano nacido en Teruel, España, a principios de 1700 y muerto probablemente a fines del mismo siglo. Llegó a Buenos Aires en el año 1749 donde hasta 1753 trabajó con los padres recoletos franciscanos. Escribió un Diario y Derrotero de sus andanzas por territorio argentino, de cuyas páginas el escritor Gabriel C. Tabeada (en su obra El Caballo Criollo en la historia argentina) extrajo los interesantes datos reproducidos en la presente nota. (A. B. N. SecretarÃa de Cultura de la C.G.A.)
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