Foto |
 |
|
Hace 100 años nacía, en Jáchal, Buenaventura Luna, creador de una perdurable obra musical y poética RINCON GAUCHO Entre los distintos momentos del siglo XX en que el canto nativo ganó notoriedad en la ciudad de Buenos Aires -a través de la radio, la industria discográfica, las salas teatrales y el periodismo- es ciertamente significativo el período que comienza en los años cuarenta, con un destacado papel de los artistas cuyanos. Indudablemente, la personalidad que gravitó de manera elocuente para que ello ocurriera fue la del sanjuanino Buenaventura Luna, de quien este año se conmemora el centenario de su nacimiento, y en julio cincuenta y uno de su fallecimiento prematuro.
Luna nació en Huaco, pequeña localidad del departamento de Jáchal, y sus primeras andanzas públicas ocurrieron en el periodismo político, como hombre del Partido Bloquista, hasta que ciertas desavenencias con sus caudillos mayores lo llevaron a la cárcel. Tras ello, decidió dedicarse sólo al periodismo, a la canción y a la formación de grupos musicales, como Los Manseros de Tulum y La Tropilla de Huachi Pampa.
Con este último conjunto llegó a Buenos Aires en 1938, donde dos años después creó el programa radial "El fogón de los arrieros" por radio El Mundo, con un éxito tan resonante que hoy está considerado un mojón en la historia de la radiofonía porteña.
Buenaventura escribía los guiones del programa, en los que incluía historias con personajes asumidos por los integrantes de "La tropilla ". Entre éstos se destacó Antonio Tormo, luego de arrolladora carrera solista.
Otro cuyano de reconocida trayectoria en esos años fue el mendocino Hilario Cuadros, compositor y líder de Los Trovadores de Cuyo. La obra de Cuadros remitió a temas patrióticos, de la religiosidad popular y la tradición regional, con una interpretación cantable en un falsete atiplado que hizo muy reconocible el canto de Cuyo. Su creación más conocida es, con seguridad, "Los sesenta granaderos".
El jachallero Luna, en cambio, desarrolló una cancionística con un espíritu que fue más allá de las especies y los motivos de su lugar de origen, zona de encuentro de las culturas andinas y las pampeanas. Así, tanto escribió zambas, cuecas y tonadas, como cifras y milongas. Una veta que lo distinguió, poco frecuente en esos años, fue la de la reivindicación del indio, que expresó en varias letras como "La canción de las algarroberas", "La estrella del indio" o "Zamba de las tolderías" (Tristeza que se levanta / del fondo ´e las tradiciones. / Del toldo traigo esta zamba / como un retumbo ´e malones).
Buenaventura Luna no publicó libros y su producción poética fue recogida en un volumen en 1985 por las profesoras Hebe de Gargiulo, Elsa de Yanzi y Alda de Vera. Se tituló Buenaventura Luna, su vida y su canto, y fue editado por el Senado de la Nación.
Como una suerte de legado y lección, Luna dejó escrita, sin musicalizar, la saga "Sentencias del Tata Viejo", constituida por composiciones en sextinas, que tienen con la obra de José Hernández una ligazón evidente. "Don Buena" (así se lo apodaba) desarrolló en ellas una serie de meditaciones y consejos que recuerdan los de Fierro a sus hijos: "La amistad es como el vino, / mejor cuanto más añeja, / una conducta pareja / hace a los buenos amigos / y son más dulces los higos / de la higuera que es más vieja". Tras su muerte, el compositor Oscar Valles musicalizó las "Sentencias ", que fueron llevadas al disco por Los Cantores de Quilla Huasi, grupo cuya formación el sanjuanino alentó y sugirió el nombre.
El nativismo de mitad del siglo XX (por entonces era menos habitual la denominación "folklore") tuvo en Buenaventura Luna un hombre que no escatimó esfuerzo y talento y que cultivó un canto donde cedió la voz a los arrieros y a todos aquellos hombres de vida rural en los que él vio a "los últimos gauchos".
Por Oche Califa
Para LA NACION
Link corto: http://www.lanacion.com.ar/836647
Volver
|